El fichaje

PARECE QUE hay jaleo por el último fichaje del Real Madrid, un tal Bale, de 24 años, valorado en más de 90 millones de euros. Todos los veranos la misma murga. El mismo síntoma hortera. El revanchismo del dinero a bocajarro para rematar otro agosto deshuesado. Lo que al final importa no es el deporte, sino dominar un mercado espectacular desafiando el estupor mediopensionista de la peña. Nada que no pueda blanquearse unos meses después con la concesión de un Premio Príncipe de Asturias a los insignes deportistas. O cualquier otra capullada de ese tono.

Explicaba bien Enric González en su artículo futbolero de ayer la falsa polémica del fichaje de Bale: sólo se trata de billetes y, en ese sentido, «los únicos límites los marca la ley». Pues eso. Vuelve a las portadas un equipo que calcula su grandeza adquiriendo un género carísimo capaz de transformar al hincha en consumidor potencial de ilusiones, por decirlo a lo Guy Debord. De la fritanga también viven algunos hombres. Sobre todo de la fritanga.

No es moral ni es inmoral la estrategia del Real Madrid. En el negocio del deporte no existen tales conceptos, como tampoco están en la guerra, en el tráfico de armas, en Wall Street, en el contrabando de estupefacientes, en la costumbre codiciosa de los banqueros, en los mercenarios, en cierta política de rapiña tan asentada en el actual partido que sostiene al Gobierno, en tantas acciones de la ONU, en algunas ONG, en el uso que hacen (o hicieron) de la violencia ciertos gobiernos socialistas... Es decir, lo moral o lo inmoral sucede tan sólo en la jurisdicción de las vidas calculables, en la de usted y en la mía, como una tensión de supervivencia.

Lo extravagante no es que la directiva de un equipo gaste 100 millones de euros en un chavalín, sino que hagan creer que la inversión es indispensable. Que lo avalen entidades financieras rescatadas con dinero público y tan frígidas en la concesión del crédito al particular. Que el Gobierno someta la Cultura a un IVA del 21% y mantenga el 10% impositivo a un negocio sideral que exhibe sin pudor su fanfarronería, asentada en la siniestra prosperidad cementera. ¿Qué podemos esperar de quienes manejan un poder financiero, mediático o político cuya batuta de control es dispensar ese alpiste de goles que los hacen más millonarios? Pues lo previsto: nada.

Pero todo sea por no perder el absurdo loctite patriótico que aviva en falso el deporte. Esa piorrea intelectual de creer que al menos en algo aún podemos sentir la furia española.